10 de junio de 2008

DONES ESPIRITUALES

La palabra dones viene del griego “Jarísmata” derivado de “Járis” que significa gracia; también se puede traducir como “dones de gracia”.

El uso de la palabra se encuentra principalmente en las epístolas paulinas: 1 Pedro 4:10 “10 Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios”. La aplicación de esta palabra a las diversas funciones que contribuyen a la edificación de la comunidad cristiana y al cumplimiento de su misión, es una contribución original del apóstol Pablo.

Al considerar una función específica dentro de la vida de la comunidad cristiana como un don o un carisma, Pablo nos enseña en primer lugar que tal función se desempeña por gracia de Dios y no por derecho ni por mérito propio. Tanto la autoridad como las capacidades para el ejercicio de la función proceden del Espíritu. En segundo lugar, nos enseña que cada función se justifica en la medida en que presta un servicio a la edificación del cuerpo (1 Co 12.7; 14.3–12; Ef 4.12). La función, en cuanto a don del Espíritu, se recibe con el fin de compartirla y así contribuir al desarrollo de la comunidad.

En tres lugares (1 Co 12.4–11, 12.28–30; Ef 4.7–12 y Ro 12.3–8) Pablo aporta listados de dones o carismas que por entonces deben haber sido comunes en la experiencia de las primeras comunidades cristianas. De estos pasajes pueden destacarse los siguientes aspectos centrales:

a) Para el buen desarrollo de la comunidad (cuerpo) es necesario que exista una diversidad de dones (1 Co 12.4–6; Ro 12.4). El símil del cuerpo es una poderosa ilustración de que el desarrollo unilateral de una o más funciones destruye la comunidad.

b) Dado que todos los dones, por más diversos entre sí que sean, proceden del mismo Espíritu (1 Co 12.4; Ef 4.4–6), la diversidad no destruye la unidad, sino que la hace posible. La unidad se ve amenazada solo cuando una función, en tal caso entendido como derecho y mérito propio, se trata de imponer sobre las demás.

c) Todo miembro de la comunidad recibe un don (o dones) del Espíritu (1 Co 12.7; Ro 12.3). No existen miembros que carezcan de dones. Por lo tanto, la distinción entre miembros carismáticos y no carismáticos dentro de la comunidad cristiana es superflua.

No hay ningún indicio en los textos de que el apóstol Pablo haya considerado estas listas como exhaustivas y por lo tanto normativas para las comunidades cristianas en todo tiempo. La misma diferencia entre las listas confirma la impresión de que Pablo tomó algunos ejemplos relevantes para las comunidades de su tiempo, con el fin de explicar su enseñanza y mensaje. Por lo tanto, las listas deben entenderse como abiertas: cada comunidad cristiana ha de estar dispuesta a recibir del Espíritu nuevos dones necesarios para responder a los desafíos de su tiempo (Ro 12.2).

Aunque es posible clasificar los dones mencionados en distintas categorías, no se puede derivar de los listados del apóstol una especie de jerarquía de dones, de acuerdo a la cual ciertos dones serían calificados como más necesarios o dignos que otros.

Tampoco se puede extraer de estas listas una distinción entre dones considerados ordinarios (naturales) y dones considerados extraordinarios (sobrenaturales), con el resultado de calificar los últimos más relevantes que los primeros o viceversa. La distinción entre lo ordinario y lo extraordinario varía de una cultura a otra, y por cierto nuestra manera moderna de hacer tal distinción era desconocida en tiempos bíblicos. Al caer tal distinción, se hace también irrelevante el viejo debate acerca de si los carismas son un don permanente para la comunidad cristiana, o si se agotaron al fin de la era apostólica.

Un talento tan usual como la música o la enseñanza puede ser un carisma, en tanto se acepte gozosamente como un don del Espíritu y se ponga al servicio de la vida y misión de la iglesia. Una experiencia como hablar en lenguas o danzar, tan extraordinaria para alguno, puede ser un carisma ordinario para comunicar el gozo indecible de la presencia del Espíritu a una comunidad para cuya cultura las formulaciones intelectuales de la fe carecen de poder comunicativo. Lo que es claro es que para Pablo una iglesia sin diversidad de dones y carismas carece de las condiciones necesarias para existir.

De todas maneras, para el apóstol Pablo, como también para Juan (1 Jn 4.1), todavía queda abierta la pregunta por el discernimiento de espíritus: no basta con pretender que lo que uno hace lo hace en nombre del Espíritu Santo para que realmente sea así. A la pregunta por el criterio o la norma de discernimiento, Pablo responde con su hermoso himno a la preeminencia del amor (1 Co 13), aunque también en este contexto podría citarse su listado de los frutos del Espíritu (Gálatas 5.22 en adelante). Al final, que un determinado talento o una función permanente o temporal sean genuinamente un don o un carisma del Espíritu Santo, se muestra al ejercitarlo como un servicio de amor incondicional a la edificación de la iglesia, su unidad, y el cumplimiento de su misión en el mundo.

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