30 de julio de 2006

LA ORACIÓN

Diálogo o comunicación del hombre con Dios. La oración, juntamente con el ayuno, era una de las prácticas del judío piadoso. En el Antiguo Testamento la oración estaba relacionada con el sacrificio en el templo, el judío acostumbraba orar al menos tres veces al día (Sal 55.17; Dn 6.10), esta costumbre también la practicaron los primeros cristianos. En aquella época se acostumbraba a orar mirando hacia Jerusalén (2 Cr 6.34; Dn 6.10), en los atrios del templo, en las casas o en lugares apartados (Lucas 1:10). Cuando se hacía en la casa, generalmente se usaba una habitación en la planta alta, denominada Aposento alto, una especie de azotea (Hch 10.9). La posición usual para orar era de pie (Mt 6.5), aunque también se hacía inclinándose o de rodillas (Hch 21.5).

El Nuevo Testamento manda orar en todo tiempo (Lc 18.1.; Ef 6.18; 1 Ts 5.17) y en todo lugar (1 Ti 2.8). De acuerdo con las Sagradas Escrituras, la actitud del espíritu del que ora es más importante que la hora, el lugar, la posición del cuerpo o las fórmulas. Se debe orar con intensidad espiritual (Lc 22.44; Ef 6.18; 1 Ts 3.10).

Con excepción de la oración dedicatoria de diezmos y primicias en el Antiguo Testamento (Dt 26.1–15) y del Padrenuestro en el Nuevo Testamento (Mt 6.9–13), la Biblia no ordena la repetición de fórmulas fijas de oración (Mt 6:7). Aun en el Padre nuestro la intención es establecer los elementos principales que deben incluirse en toda oración cristiana y el orden de importancia en que deben presentarse.

En ocasiones ni las palabras son necesarias para que una oración sea eficaz (Neh 2.4, 5). Puede ser un acto de contemplación, o un diálogo entre el orante y Dios en el lenguaje del espíritu. En el más puro sentido cristiano, una lágrima, un gemido o el silencio pueden convertirse delante de Dios en oración del más alto nivel espiritual (1 S 1.10, 12, 13; Ro 8.26). La Biblia dice que Cristo pasó noches enteras en oración. Probablemente no hablaba en voz alta, sino oraba en su fuero interno sin palabras siquiera, eso es lo que hace practicable el mandamiento de 1 Ts 5.17. La mucha palabrería y no la falta de palabras fue lo que Cristo censuró (Mt 6.7).

La oración no debe usarse tampoco para ostentar religiosidad. En Mt 6.5 Cristo no condena el hecho de la oración pública, sino la motivación orgullosa con que esta se hacía.

La oración involucra generalmente:

· Adoración, por la que expresamos nuestro sentimiento de la bondad y grandeza de Dios (Dn 4.34, 35);

· Confesión, por la que reconocemos nuestra iniquidad (1 Jn 1.9);

· Súplica, por la que pedimos perdón;

· Agradecimiento (Mt 7.7; Flp 4.6);

· Intercesión, con la que rogamos por otros (Stg 5.16);

· Acción de gracias, con la que expresamos nuestra gratitud a Dios (Flp 5.6).

Condiciones claras para la eficacia de la oración, a saber:

· Relación de hijo (Jn 1.12, Mt 6.9),

· Fe (Mt 17.20; Lc 11.24; Stg 1.6),

· Limpieza de vida (1 Ti 2.8; 1 P 3.7),

· Armonía con la voluntad de Dios (1 Jn 5.14),

· Corazón perdonador (Mc 11.22–26),

· Persistencia (Gn 32.22–31; Hch 1.14; 12.5; Ro 12.12; Col 4.2),

· Buenos motivos (Stg 4.3).

Es responsabilidad cristiana orar por:

· Los enemigos (Mt 5.44),

· Por los gobernantes (1 Ti 2.1–3),

· Los unos por los otros (Stg 5.16),

· Por la obra de Dios y para que esta se lleve a cabo (Mt 9.36–38)

· Para que reino de Dios se establezca (Mt 6.10).

El que ora enfrenta en ocasiones grandes obstáculos, no todos naturales: personalidad, preocupaciones, limitación de tiempo, ambiente, desconocimiento de lo que conviene (Ro 8.26), etc. Para que la oración llegue a Dios tiene que enfrentarse a las fuerzas espirituales de maldad (Dn 10.12–14; Lc 4.13; Ef 6.10–20). En esta lucha la única garantía de triunfo en la oración viene del auxilio del Espíritu Santo (Ro 8.26–28; Ef 6.18).