Diálogo o comunicación del hombre con Dios. La oración, juntamente con el ayuno, era una de las prácticas del judío piadoso. En el Antiguo Testamento la oración estaba relacionada con el sacrificio en el templo, el judío acostumbraba orar al menos tres veces al día (Sal 55.17; Dn 6.10), esta costumbre también la practicaron los primeros cristianos. En aquella época se acostumbraba a orar mirando hacia Jerusalén (2 Cr 6.34; Dn 6.10), en los atrios del templo, en las casas o en lugares apartados (Lucas 1:10). Cuando se hacía en la casa, generalmente se usaba una habitación en la planta alta, denominada Aposento alto, una especie de azotea (Hch 10.9). La posición usual para orar era de pie (Mt 6.5), aunque también se hacía inclinándose o de rodillas (Hch 21.5).
La oración no debe usarse tampoco para ostentar religiosidad. En Mt 6.5 Cristo no condena el hecho de la oración pública, sino la motivación orgullosa con que esta se hacía.
· Adoración, por la que expresamos nuestro sentimiento de la bondad y grandeza de Dios (Dn 4.34, 35);
· Confesión, por la que reconocemos nuestra iniquidad (1 Jn 1.9);
· Súplica, por la que pedimos perdón;
· Agradecimiento (Mt 7.7; Flp 4.6);
· Intercesión, con la que rogamos por otros (Stg 5.16);
· Acción de gracias, con la que expresamos nuestra gratitud a Dios (Flp 5.6).
· Relación de hijo (Jn 1.12, Mt 6.9),
· Fe (Mt 17.20; Lc 11.24; Stg 1.6),
· Limpieza de vida (1 Ti 2.8; 1 P 3.7),
· Armonía con la voluntad de Dios (1 Jn 5.14),
· Corazón perdonador (Mc 11.22–26),
· Persistencia (Gn 32.22–31; Hch 1.14; 12.5; Ro 12.12; Col 4.2),
· Buenos motivos (Stg 4.3).
· Los enemigos (Mt 5.44),
· Por los gobernantes (1 Ti 2.1–3),
· Los unos por los otros (Stg 5.16),
· Por la obra de Dios y para que esta se lleve a cabo (Mt 9.36–38)
· Para que reino de Dios se establezca (Mt 6.10).
El que ora enfrenta en ocasiones grandes obstáculos, no todos naturales: personalidad, preocupaciones, limitación de tiempo, ambiente, desconocimiento de lo que conviene (Ro 8.26), etc. Para que la oración llegue a Dios tiene que enfrentarse a las fuerzas espirituales de maldad (Dn 10.12–14; Lc 4.13; Ef 6.10–20). En esta lucha la única garantía de triunfo en la oración viene del auxilio del Espíritu Santo (Ro 8.26–28; Ef 6.18).